¡Tu carrito actualmente está vacío!
Fíjate en la imagen. A primera vista todo normal y bien, como suele decir el científico Antonio Turiel cuando alerta de la evidencia de lo que nos viene encima. Es una panorámica del barrio Can Sant Joan, en Montcada i Reixac, expuesto a una cementera que además es incineradora, rodeado de autopistas, carreteras y las líneas de tren de entrada y salida de la ciudad. En los últimos años, la comunidad vecinal se está esforzando en demostrar los daños en la salud causados por su cercanía a la fábrica de cemento y sus emisiones contaminantes. El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya dio la razón a las denuncias de los vecinos y sentenció que la Generalitat debe clausurar la actividad de la Fábrica Lafarge, pero la empresa sigue adelante. Por su situación, por las circunstancias que te explico, el barrio de Can Sant Joan está inmerso en un Desastre Lento. Lo habrás oído por primera vez, pero es una de las definiciones que usarás a partir de ahora. Es un término que utilizan científicos sociales, como Israel Rodríguez Giralt, para poder explicar esos desastres que no percibimos que no vemos, no nos parece que sean desastres pero cuestionan la vida que tenemos. Hablamos con él sobre ese nuevo lenguaje y nos cuenta cómo lo usan en momentos de incertidumbre, de cambios, de inquietudes que ahora en tiempo de crisis y emergencia climática se hacen más presentes y pueden explicar mejor lo que nos está pasando.
Es un desastre que no coincide con la idea acelerada y espectacular más abrupta, más aguda que tenemos del término, un ejemplo de ello puede ser una situación de contaminación crónica, las personas que viven en ese entorno están inmersas en un desastre lento, casi sin percibirlo.
Mencionarlo así visibiliza la situación de estos episodios que intensifican violencias y que inicialmente no sabemos explicar. En Can Sant Joan viven desde hace mucho ese desastre lento que los convierte también en Zona de Sacrificio, otro término para tu diccionario post petróleo. Los movimientos sociales americanos ya hace tiempo que definen así a lugares considerados incómodos, sobre todo en la parte del Golfo de Louisiana donde hay grandes zonas petroquímicas y donde ese exceso de contaminación es normalizado por las comunidades que viven cerca. No es casual que esas zonas de sacrificio, elegidas para construir complejos de grandes contaminantes, estén conformadas por comunidades a menudo muy racializadas, muy vinculadas al racismo, lo vemos también en las plantaciones del sur de los Estados Unidos. En latinoamérica cada vez es más recurrente, en el caso de Chile por ejemplo son comunidades o bien que han aparecido de nuevo durante la creación de un conglomerado de empresas o son zonas con escasos recursos humanos, pero donde existía un entorno natural muy potente.
Parte de la definición de zona de sacrificio viene de la idea de que algunas de estas comunidades son sacrificadas por el interés general o estatal y entonces se asume, se naturaliza y se acaba escondiendo que allí hay unos índices de contaminación crónica muy elevados que no podrían ser tolerados por otras comunidades. Para estas comunidades es muy difícil hacer evidente su situación y es muy difícil también sentar a la mesa a las administraciones responsables que podrían evitar su continuidad, porque hay intereses corporativos muy fuertes y existe la connivencia entre ellos. Así que repito, el barrio de Can Sant Joan vive un desastre lento y puede considerarse Zona de Sacrificio, pero es solo una de muchas que también están en nuestra geografía.
Pensar en un lugar como el descrito siempre me ha llevado a querer imaginarlo como era antes de la explotación humana ¿Sería un vergel con un río Besós rico en naturaleza que desembocaría en una playa limpia del Mediterráneo? Ahora en ese punto se alza una depuradora que hace lo que puede con la carga contaminante que lanzamos al río y devuelve una cierta dignidad al agua que sale por el grifo. El caso es que cuando escribo sobre un lugar de desastre necesito encontrar un lugar de armonía, entiendo que debe ser algo humano y estoy convencida que tiene que ver con la biofilia y con nuestra necesidad de salvarnos, de sobrevivir, con la resiliencia innata a nuestra especie. Eso lo supo George Orwell, el autor de 1984 y de Rebelión en la Granja cuando en la primavera de 1936 decidió plantar unos rosales en su casa rural de Wallington, sabiendo que poco después se enrolaría en las Brigadas Internacionales y participaría del lado republicano en la Guerra Civil Española.
Plantar rosales, como árboles o cuidar de un jardín y un huerto tiene mucho que ver con la supervivencia, con el desastre lento, con las zonas de sacrificio. Ha sido gracias a la también escritora Rebecca Solnit y a su magnífico ensayo “Las Rosas de Orwell”(Lumen edit.) que he descubierto la mano jardinera, hortelana y naturalista de Orwell y el puzzle de ideas sueltas que tenía en la cabeza ha acabado encajando. Cuando leí “Homenatge a Catalunya” donde el autor británico narra sus experiencias en el frente, comencé a entender mucho mejor sus novelas futuristas, su creación del Gran Hermano, su dibujo de una sociedad distópica a la que por cierto cada vez nos acercamos más. Afiancé también el arraigado compromiso social que George Orwell mantuvo en su vida y vivió en la Catalunya en guerra a través de los ideales, de la coherencia moral y el compromiso de las personas que luchaban pensando en un futuro mejor.
Rebecca Solnit nos recuerda cómo a Orwell le encantaba escribir sobre naturaleza y hasta describiendo una contienda armada era capaz de fijarse en los hermosos prados del frente de Aragón, en los frutales en flor, en los olivos meciendo sus ramas cargadas al viento, Zonas de sacrificio que se resisten a no mostrar su belleza. Para Orwell y también para otra referencia de Rebecca Solnit como es la escritora de Antigua y Barbuda, Jamaica Kincaid, escribir sobre naturaleza es escribir de compromiso social, al escribir sobre plantas y jardines Kincaid quería dar visibilidad a las personas desplazadas y desarraigadas, a la imposición de una cultura, las plantas trasplantadas y transformadas y finalmente a los estragos del colonialismo. Todo el arte es propaganda dijo Orwell en una ocasión, y la naturaleza es política. Al igual que los jardines. Y las flores. Y los árboles. Y el agua. Y el aire. Y el suelo. Y el tiempo atmosférico, lee si puedes el libro de Solnit, descubrirás mucho de lo que te digo.
Esta es la imagen de la corteza del árbol de Gernika. Se cumplen 85 años del bombardeo de esa localidad vasca durante la Guerra Civil. En 3 horas y 20 minutos, 31 toneladas de bombas lanzadas por la legión Cóndor, la Luftwaffe alemana y Aviazione Legionaria Italiana, devastaron la ciudad, murió mucha población civil, en un experimento militar que se conoce como Operación Rügen. El bombardeo se realizó con bombas explosivas rompedoras que llegaban hasta la zona baja de los edificios e inmediatamente se incendiaban, causando un gran fuego en la ciudad. Los cazas de combate ametrallaron acto seguido a las personas que trataban de huir corriendo. Lo terrible de todo esto es que todavía persisten las voces que niegan el drama de Gernika y lo atribuyen, como hizo en su momento la dictadura franquista, a la propia población vasca.
Ya te he contado, en más de una ocasión, cómo muchas personas refugiadas salvan algunas semillas antes de huir de casa, con la esperanza de plantarlas en otro lugar donde persista la vida. En los campos de refugiados se improvisan algunos jardines entre las tiendas y los hay que se atreven con el cultivo, aunque la falta de agua no facilite que la planta dé sus frutos. Hay otro libro que no quiero perder de vista: Jardines en Tiempos de Guerra (Elba edit) del poeta de Sarajevo Teodor Ceric. Mientras su ciudad era atacada por las bombas, el poeta dió vueltas por Europa y al volver se encerró en el lugar que acogía más vida: su jardín. Escribe: si alrededor de nosotros el mundo vacila y la muerte, en todas sus formas avanza, lo único que podemos hacer es transformar una parcela de tierra, no importa cual, en un lugar acogedor, un lugar que acoja más vida. Ceric, como el cineasta Derek Jarman del que ya te he hablado en otros escritos de este blog, sabe que cuidar de un jardín es un acto de fe en el porvenir, es un acto político.
También lo defiende Murray Bookchin, el fundador de la ecología social cuando reflexiona sobre la dominación de la naturaleza por el hombre. Reconocemos la naturaleza que queremos, debido a que hemos perdido y maltrecho mucho de ella misma. Murray hace un símil con el concepto de libertad: la verdadera libertad presupone una igualdad basada en un reconocimiento de la desigualdad. Ahora acaba de publicarse la traducción de su libro Ecología de la Libertad (Capitán Swing edit.) La noción misma de la dominación de la naturaleza por el hombre se deriva del dominio muy real de lo humano por lo humano. Lo dicho, creamos zonas de sacrificio en lugares fértiles que no queremos en otras zonas de confort y sometemos a su población a un Desastre Lento que es difícil identificar.
Te propongo que conozcas algo mejor las ideas de Bookchin, son esclarecedoras de lo que está por venir. Escucha la conversación que tuve con alguien que conoce bien sus propuestas: Luis González Reyes, experto en economía solidaria. Te la cuelgo aquí y espero que a partir de ahora te acostumbres a usar esos nuevos términos que definen nuestras Zonas de Sacrificio.
Conoce a Pilar Sampietro
Soy periodista radiofónica especializada en ecología y cultura. Dirijo y presento Vida Verda en Ràdio 4, así como su versión en castellano, Vida Verde, en Radio Nacional de España (RNE) y Radio Exterior, programas sobre crisis climática y ecológica, biodiversidad, paisaje y cultura. En Radio 3 presento Mediterráneo, un espacio sonoro sobre música, efectos migratorios y cultura de los diferentes rincones del Mediterráneo. Además, colaboro habitualmente en blogs de ecología como Alterconsumismo (El País Digital), soy coautora de los libros El jardín escondido (Pol·len, 2013) y, más recientemente, La ciudad comestible (Morsa, 2018), donde exploro experiencias y propuestas para hacer más verdes las ciudades.