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Sí, es nuestra huella, nuestro paso por la tierra, pero a estas alturas del blog ya debes tener claro que tú formas parte del planeta, así que dejas la huella en tu casa. ¿Y cómo es esa huella? en la mayoría de los casos altera y transforma la biodiversidad del entorno, aunque si fuera en menor medida eso no debería preocuparte. Sabes que cualquier movimiento y evolución de ser vivo tiene su función y afecta, modifica o enriquece al resto. El problema es cuando esa afectación comporta un desequilibrio y eso es lo que está pasando con nuestra presencia humana, hemos inventado la contaminación. Definimos esa palabra como la acumulación de sustancias en el medio ambiente que impactan negativamente en las condiciones de vida, salud e higiene de los seres vivos y eso pasa por nuestro ritmo de consumo. Seguro que ya te han llegado a la mente imágenes solapadas de esa contaminación que no hace más que aumentar a tu alrededor. ¿Cómo medir esa huella, esa contaminación? Te habré hablado seguramente de Jim Merkel y del primer libro que escribió y que llegó a mis manos Simplicidad Radical (Fundació Terra edit.) Por aquel entonces, hace ya 18 años, Jim Merkel decidió inventar un sistema para medir cada una de sus acciones en el planeta y cuantificar lo que denominó como la huella ecológica. Vamos a centrarnos en ella. La huella ecológica mide la cantidad de bioproductividad que utiliza una persona o todo un país durante un año. Si ese uso se realiza de forma continuada a un ritmo más lento de lo que tarda la tierra en regenerarse, se produce el equilibrio y la contaminación es asumible, pero si sobrepasamos en tiempo ese ritmo planetario el problema es grave. Cada año el tiempo se reduce más, los científicos cuantifican la fecha y la definen como el déficit ecológico de la Tierra y desde los años 70 marcan el día de Sobrecapacidad de la Tierra, la fecha en que la humanidad agota los recursos que el planeta puede generar en un año. En el 2016 lo alcanzamos el 08 de agosto, en 2019 llegamos a ese déficit el 29 de julio, la pandemia dió un respiro en 2020 pero todo hace pensar que volveremos a reducir el tiempo este 2021. Esto quiere decir que los 5 meses restantes vivimos y consumimos como si tuviéramos otro planeta a disposición. Merkel propone medir nuestra huella personal en base a lo que ganamos, a nuestro sueldo, la tendencia normal es gastar todo lo que ganamos y en una economía global, la huella ecológica de todo lo que compramos es muy grande. En su cálculo de huella ecológica Jim Merkel divide nuestra vida y nuestro consumo en 4 ámbitos esenciales: la Comida y la frecuencia con que consumimos alimentos de origen animal, la vivienda y el número de personas que habitan en un mismo espacio, el tamaño de la casa, el tipo de vivienda; la movilidad y el uso del transporte público, del coche o del avión; los bienes de consumo analizando la cantidad de residuos que generamos. Luego con la calculadora de la huella ecológica conoceremos el grado contaminante de nuestros actos. Aunque Merkel avisa, no es tan necesario contar en decimales como darse cuenta del impacto de nuestros actos en cada una de esas acciones cotidianas. Después de escribir este método para medir la huella ecológica y presentarlo en muchos países Jim Merkel conoció a Susan Cutting, se fueron a vivir a una granja en Belfast (Maine) donde practican la permacultura y tuvieron un hijo al que llamaron Walden, en homenaje a Thoreau.
Uno de los factores contaminantes que provoca más gases de efecto invernadero es el consumo de combustibles fósiles que la humanidad usamos en dos direcciones, una en la movilidad, es decir viajando en coche o en avión y otra en la industria para producir todos esos bienes que necesitamos para nuestra vida siglo XXI. Quemar este combustible fósil está relacionado directamente con la calidad del aire que respiramos. Los últimos datos de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, por ejemplo, referidos al 2019 concluyen que la contaminación registrada en la ciudad provocó el 7% de las muertes naturales, el 33% de los nuevos casos de asma infantil y el 11% de los cánceres de pulmón. Y no es solo la emisión durante la quema porque el proceso de extracción de ese maná fósil también deja su huella y parece que las nuevas alternativas a la combustión no vienen de la mano de la sostenibilidad. Los científicos alertan que la armonía no llegará renovando el parque de coches con gasolina a coches eléctricos. Comienza a conocerse la cantidad de materiales minerales, en concreto de cobalto para cargar las baterías de un coche eléctrico. La mayor mina de cobalto se encuentra en el Congo, un país muy rico en recursos naturales y muy pobre en vida y desigualdades humanas. Y es también el Congo el mayor extractor de otro de los minerales necesarios para nuestra personalidad diaria, el coltán, imprescindible en los teléfonos móviles. Las energías renovables también tienen su qué. La avalancha de proyectos para instalar macro parques eólicos en toda la Península está alertando a los pequeños municipios que ven peligrar una parte de su paisaje. Lo que debería ser una solución parece comenzar a formar parte del problema cuando no tendría que ser así. Algunos alertan: el hecho de que la energía sea verde no significa que el proyecto sea sostenible. Uno de los proyectos más espectaculares se prevé instalar en la zona norte de la Costa Brava, ocupando una extensión de 18 km de largo por 10 km de ancho en plena alta mar a 14 km de la costa y en una zona que es paso de cetáceos, delfines y rorcuales de norte a sur del Mediterráneo. Afectará a 10 municipios catalanes costeros, desde Cadaqués, casi en la frontera con Francia, hasta el pueblo turístico de Begur, en uno de los parajes más preciados de la zona. Su impacto terrestre se dará de bruces con el único Parque Natural Terrestre Marítimo, el de les Illes Medes y con els Aiguamolls de l’Empordà, uno de los primeros humedales salvados hace 40 años por grupos ecologistas. Las Plataformas vecinales que ahora alertan sobre esos macroproyectos son favorables a las energías renovables y quieren realizar esa Transición Energética necesaria de forma sostenible y autosuficiente, trabajando de manera conjunta para conseguir energía socialmente justa. En el debate está el lugar de ubicación de esos parques eólicos y fotovoltaicos que bien podrían ser los polígonos industriales, algunos de ellos ahora en desuso. El tema de la energía es algo que debe abordarse de forma rápida, clara y marcando necesidades concretas, porque como comenta Antonio Turiel nos piden que encontremos una fuente de energía que no existe, para mantener un sistema que no tiene sentido. La Plataforma contra el Macro Parque Eòlico y Marino pide firmas para parar el proyecto.
Pero uno de los retos más importantes en nuestra era del antropoceno pasa por el sistema alimentario. El consumo exagerado de carne ha cambiado las reglas del juego y del equilibrio animal en estos últimos 50 años. Nuestros ancestros comían carne en momentos excepcionales y el sacrificio de un animal conllevaba el aprovechamiento de todo su ser.
Ahora el animal forma parte de una industria y su gestión y los productos derivados, como el monocultivo del pienso que necesita la ganadería para seguir su curso, contribuye al 14,5% del total de emisiones de efecto invernadero, según datos de la OMS. La ganadería intensiva por sí sola emite tantos gases de efecto invernadero como todo el transporte mundial. Un informe de Greenpeace sobre su consumo alerta que la carne industrial no sólo acelera el cambio climático sino que contribuye a la pérdida de biodiversidad y a la contaminación del agua, ese bien tan preciado que expertos auguran se hallará en el centro de los futuros conflictos bélicos. En todo eso el concepto de Soberanía Alimentaria tiene mucho que aportar y cada vez son más los municipios que adoptan ese sistema agroalimentario. Su definición la creó el movimiento campesino transnacional La Vía Campesina en 1996 como respuesta al concepto de Seguridad Alimentaria que entonces analizaba la FAO. La Soberanía Alimentaria se define como el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente apropiados producidos mediante métodos ecológicamente sensatos y sostenibles y su derecho a determinar sus propios sistemas alimentarios y agrícolas. Lo contrario a ello es la tierra sobreexplotada por usos de monocultivos, a menudo sobrepasados de plaguicidas y fitosanitarios asociados con el cultivo transgénico de 27 variedades de alimentos genéticamente modificados, los más comunes: soja, maíz, arroz, trigo, remolacha, judías, caña azucarera, alfalfa o algodón. La Soberanía Alimentaria, de la que ya he hablado en más de una ocasión en este blog, aboga por el modelo de mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivando pequeños huertos que alimentarán al mundo. Esa forma de caminar está en la raíz de un libro que se presenta como Diccionario del posdesarrollo y que yo consulto cada vez que necesito tener claros conceptos que miren hacia el futuro. Se llama Pluriverso (Icaria edit) y está escrito por un montón de personas científicas de todos los continentes, coordinadas por especialistas de Asia, África, América y aquí en Europa el investigador de economía ecológica y ecología política de la UAB Federico Demaria.
Ahora supongamos que cultivamos en ciudad ¿Donde cultivamos?. Eso se preguntaron hace tiempo pioneros de la permacultura urbana como Joan Carulla que adaptó la terraza de su casa para instalar el huerto que le ha dado de comer a él y los suyos desde hace más de 60 años, cuando decidió vivir en Barcelona huyendo de la miseria. Unas 70 toneladas de tierra soportan árboles, cultivos y una parra que da 100 kilos de uva al año. En los 60 Carulla ya daba charlas sobre los peligros de la contaminación, ahora a sus 98 años sigue regando cada día con agua de lluvia recuperada gracias a un sistema que acaba de actualizar. Él participará en breve, junto a muchas otras vidas que sueñan con reducir la contaminación del aire de la tierra en plena ciudad, en las Jornadas 48h d’Agricultura i Verd Urbà aprovechando que este año Barcelona es la Capital Mundial de la Alimentación Sostenible. Tomar conciencia sobre los principales desafíos del planeta es uno de los objetivos de las 48h que se inspira en iniciativas similares como Les 48H de l’Agriculture Urbaine de París. Durante dos días, debates entre especialistas analizarán en sesiones online las acciones ciudadanas y verdes para reducir la contaminación del aire y de la tierra en los huertos urbanos, el agua y la energía necesarias para las cubiertas verdes, las nuevas tecnologías del cultivo urbano, la legalización para la comercialización de los alimentos cultivados en ciudad. Talleres para realizar huertos verticales o alcorques que son jardines forman parte de las actividades de esos intensos dos días organizados por la Asociación Replantem. Los desafíos a los que nos expone la crisis climática no son pocos, tienen que ver con toda nuestra huella humana, por eso es tan necesario actuar en nuestro entorno inmediato y tomarnos como un reto cada uno de nuestros cambios en las acciones que queramos llevar a cabo. Informarnos de cómo hacerlo es esencial y trasladar a los chicos y chicas lo que está por venir es muy necesario, porque en definitiva ellos son los que habitaran en el planeta que nosotros les dejamos. El profesor de Secundaria Pedro Cifuentes lo tiene muy claro, lleva tiempo usando el lenguaje del cómic para mandar el mensaje a la gente más joven. En su última apuesta ha creado a la profesora Esperanza, el nombre es a posta, quien junto a un grupo de alumnas viajan por el mundo descubriendo mucha de esa huella humana y cómo revertirla. El título es una exclamación que ya estamos verbalizando demasiado a menudo !Vaya siglo nos espera! pero el subtítulo puede tranquilizarnos en parte: Instrucciones para salvar el mundo. Leetelas como si se tratara de un medicamento sanador y aplica cada uno de los pasos. Y si te apetece escuchar a Pedro hablar de esas instrucciones aquí te dejo con la entrevista que le realicé hace muy poquito. Ya lo sabes, medir tu huella ecológica no es tan difícil y tropezarás de pleno con la contaminación. Buen traspiés.
Conoce a Pilar Sampietro
Soy periodista radiofónica especializada en ecología y cultura. Dirijo y presento Vida Verda en Ràdio 4, así como su versión en castellano, Vida Verde, en Radio Nacional de España (RNE) y Radio Exterior, programas sobre crisis climática y ecológica, biodiversidad, paisaje y cultura. En Radio 3 presento Mediterráneo, un espacio sonoro sobre música, efectos migratorios y cultura de los diferentes rincones del Mediterráneo. Además, colaboro habitualmente en blogs de ecología como Alterconsumismo (El País Digital), soy coautora de los libros El jardín escondido (Pol·len, 2013) y, más recientemente, La ciudad comestible (Morsa, 2018), donde exploro experiencias y propuestas para hacer más verdes las ciudades.